Se va. Y no se lleva nada material: decidió regalar sus objetos personales. Acomodó sus trajes para donarlos, todos. “Ya no los voy a necesitar”, dijo. Sus camisas blancas, sus corbatas tienen el mismo destino.
La mayoría de sus libros le pertenecen a Laurita, su fiel secretaria a quien heredó su biblioteca. Tampoco quiso llevarse los miles de regalos institucionales, los cuadros o los muebles que acompañaron su estancia los últimos seis años.
Su reloj, ese que le regaló su entrañable amigo Carlos Torres, lo rifó en su última mañanera. Y no se lleva nada material, repito. Se va como un asceta, abandonando los placeres materiales del poder para purificar su espíritu.
Se va por la puerta grande, se va con el estruendo de los aplausos de millones, aclamado; se va con la satisfacción del deber cumplido, con el orgullo de haber servido a su pueblo.
La suya, es una despedida triste para los millones de mexicanos que decidimos acompañarlo en esta utopía, triste porque se nos va el hombre que inició la ansiada transformación de México, se nos va el político que por primera vez pensó en los pobres, el presidente que elevó a rango constitucional los apoyos sociales, el único que se atrevió a defender a los pueblos originarios, el que exaltó nuestro origen indígena.
Se va el presidente más amado; pero también el presidente más atacado por los dueños del dinero, el más difamado por los medios corporativos. Se va el presidente que recorrió los pueblos, que le dio varias vueltas a la República para abrazar, consolar y sentir a los más necesitados.
Nunca le importó lo material. Siempre fue sobrio, austero. Todos los que le visitamos en Palacio Nacional fuimos testigos de su estilo espartano de vida, sin lujos, sin ostentaciones. Llora él, lloramos nosotros.
Se va sin nada. Se va con el equipaje ligero. Se lleva lo más etéreo, lo más sublime: el amor de su pueblo. Ese amor trasciende en la historia y lo coloca en el glorioso lugar de los grandes hombres que forjaron un México mejor.
Se va dejando la estela de un movimiento único, genuino y eterno que contempla una epopeya, la gesta de una nueva raza: el Obradorismo.
Gracias presidente, gracias por todo, gracias por tanto; Es un orgullo y es un honor haber luchado con Obrador
Sanjuana Martínez.