Diez Batallas que cambiaron a México de Pedro Salmerón
José Ángel Solorio Martínez
Diez Batallas que cambiaron a México, de Pedro Salmerón y su coautor, es la síntesis y la conclusión de una serie de episodios de novelas verdaderas –diría el doctor Luis González y González–, articulada por cuatro libros fundamentales para comprender las guerras de más relevantes impactos sociales que hemos vivido los mexicanos.
En esas obras explica, con el riguroso método histórico, cómo esos brutales y sangrientos fenómenos sociales, transformaron nuestras sociedades y delinearon nuestra nación: La División de Norte, la tesis doctoral de Pedro que tempranamente exhibió sus virtudes y grandes potencialidades para construir Historia; Los carrancistas, la historia nunca contada del victorioso ejército del Noreste; 1915 México en Guerra; y la más sorprendente investigación –por las herramientas e instrumentos metodológicos utilizados brillantemente, desde la sociología, la filosofía y la historia–, que él llamó La Batalla por Tenochtitlán.
En ese cuadrilátero de investigaciones, Salmerón va construyendo paso a paso, fuente a fuente, testimonio a testimonio, la narrativa histórica sobre nuestras violencias, que hoy nos muestra: desde las guerras ceremoniales de los mexicas –así les llamaban porque se consideró que los guerreros de la Gran Tenochtitlán, iban al choque armado para acumular esclavos, ofrecer prisioneros para ofrendar a sus dioses y en algunos casos para comérselos– hasta las guerras revolucionarias que buscaban cambios sociales sustanciales o guerras imperialistas como las francesa y la norteamericana, en las cuales los combatientes morían por ideales abstractos como la libertad, el esclavismo, la patria, y hasta por causas teológicas; o motivaciones tan vulgares como la rapiña y la expansión económica de las naciones imperiales.
El discurso historiográfico de Pedro, debate contra la retórica de la historia bélica tradicional; canónica la llama él. De las explicaciones fáciles, sencillas, mecánicas –y por lo mismo superficiales– que describen las batallas y sus resultados –la victoria o la derrota-–, en términos de cantidad de hombres, materiales de combate, estrategias, tácticas y otros ingredientes como los liderazgos personales.
De esa forma, nacieron, ideogramas, les llamaba Álvaro Matute, descripciones como “el manco de Celaya”, “el invicto general”, “el Centauro del Norte”, “el Atila del Sur”, el “varón de Cuatro Ciénegas” para resaltar lo determinante de las personalidades en guerras y revoluciones.
Para Salmerón, y su cada día más acabada, más perfilada, nueva historia militar mexicana, -a contrapelo de la historia tradicional-, las batallas, no sólo son acontecimientos construidos por grandes guerreros y lideres militares; para él, esos combates, tienen un telón de fondo: el entorno socioeconómico del pasado y el presente.
Con esa visión, desmonta con La División del Norte, el mito de las derrotas de Pancho Villa por su estrategia fundamentada en cargas de caballería; en Los Carrancistas, desentierra las revoluciones locales, que mucha potencia imprimieron al proceso revolucionario de 1910-1917; en su 1915 México en Guerra, aniquila la idea de los historiadores canónicos, quienes habían sustentado la victoria del carrancismo sobre el zapatismo y el villismo, por la genialidad de Obregón y las incapacidades militares de Zapata y Villa. Salmerón, –en apego a su renovadora concepción de historia militar– el triunfo de Carranza, se explica en mucho, por una razón de peso –y de pesos–: el Primer Jefe y su brazo militar, Obregón, controlaban las zonas del país con mayor vigor económico y las franjas territoriales de más productividad; y en La Batalla por Tenochtitlan, plantea y expone, que los españoles, no conquistaron tierras mexicas, sólo las invadieron para procrear una de las resistencias más largas que se tengan memoria en los mundos indígenas universales; pone un ejemplo irrebatible: el levantamiento zapatista en Chiapas de 1994.
(Como acotación al margen, diré que, para mi gusto, el 1915 México en Guerra, es el libro mexicano de historia, que más se acerca a la perfección –si se puede hablar de ello en la Historia, que es una ciencia de interpretaciones–. Hasta el momento, sus pares –mexicanos y extranjeros– no han entrado al debate académico a fondo, sobre las argumentaciones de esa magnífica propuesta historiográfica. Y eso, es mucho decir en un mundillo –el de los intelectuales– en donde la mala leche abunda y la ideologización de la profesión y el oficio, es moneda corriente).
Las diez batallas que cambiaron México, es un didáctico paseo por el recurso extremo –la violencia– que han ejercido los pueblos de nuestro pasado, para construir la nación que ahora tenemos. Es también, una cátedra de lo que debe ser la historia total –o sea: su ejercicio como ciencia que es–: un lugar, en donde caben como sujetos históricos –es decir, entes sociales con capacidad de cambiar sus existencias y la de las sociedades que forman parte–, las minorías sociales, como negros, mulatos, mujeres, indígenas, que han sido excluidos de la retórica histórica sobre las transformaciones estructurales socioeconómicas de la nación y de la patria.
No me detendré a comentar las batallas que refiere el libro.
Estoy seguro, que lo harán con mayor decoro el autor y los doctores Bernardo Ibarrola y Felipe Ávila.
Sólo haré énfasis, en una de las mejores virtudes del libro: Es, como dice Hayden White, un artefacto literario. La mayoría de los historiadores, hace mayores énfasis en la épica, viendo de soslayo la estética. Muy probablemente por esa circunstancia, muchos lectores perciben la Historia como árida y aburrida.
Justo por la estética del texto de Salmerón, está cumpliendo a cabalidad con uno de sus objetivos principales: la difusión de la Historia en general; de su renovada historia militar en lo particular.
Léanlo.
Y comprueben que las cualidades, como historiador y narrador de Salmerón, están en permanente expansión.