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AL VUELO-Manos

por Joel Cárdenas

Por Pegaso

                Han de saber que todos tenemos dos manos: la derecha, controlada por el hemisferio izquierdo del cerebro, y la izquierda, bajo el dominio del hemisferio cerebral derecho. 

                Habitualmente usamos ambas extremidades superiores para un sinfín de tareas, desde rascarnos la cabeza cuando tenemos comezón, hasta abrocharnos las cintas de los zapatos, sujetar el tenedor y abrazar a nuestra pareja. 

                Como ven, todo esto se hace de manera sincronizada y un movimiento de la mano derecha complementa a otro de la mano izquierda. 

                Eso es natural en el ser humano. 

                Bueno, lo era hasta que las manos de Mario decidieron enemistarse. 

                Ocurrió un día, durante un juego de golf.   

                La mano derecha, que a partir de ahora conoceremos como “D”, afianzó con fuerza el palo de golf. 

                La mano izquierda, a la cual denominaremos a partir de ahora como “I”, no quiso obedecer las órdenes del cerebro, y a partir de ahí, todo comenzó a ser un caos. 

                Para no hacer la historia más larga, les diré que Mario tuvo que jugar con sólo una mano. 

                La rebelde “I” se mantuvo todo el tiempo dentro de la bolsa del pantalón, y aún así, pudo finalizar el recorrido de 18 hoyos antes de terminar con el brazo derecho adolorido. 

                Pronto, “I” contagió a “D”, y ambas, en un ataque de locura, empezaron a agredirse hasta que se causaron daño. 

                Mario no podía controlarlas y optó por pedirle a su vecino que lo atara tan fuerte como pudiera. 

                Así, cinchado, salía a la calle y la gente al verlo se extrañaba, pues jamás habían observado tan rara conducta. 

                Durante las noches, las manos de Mario parecían cobrar vida.  Mientras él dormía a pierna suelta, ellas se trenzaban furiosamente, tratando de arrancar dedos y uñas. 

                La situación empeoró con una crisis de sonambulismo. 

                “D” se levantó como una serpiente, aprovechando el silencio de la noche y jaló bruscamente todo el cuerpo de Mario hasta que este se incorporó. 

                Lo hizo caminar por espacio de varios metros hasta llegar a la cocina.  Entonces, empuñó un filoso cuchillo cebollero y asestó certeras tajadas a “I”. 

                La sangre corrió por la cubierta de fórmica de la cocina integral y Mario despertó con un grito estridente, asustado por aquel espectáculo grotesco. 

                Alcanzó a ver cómo “D” mantenía arriba el cuchillo, dispuesto a cercenar la mano izquierda, antes de que Mario cayera en un desmayo salvador. 

                El veredicto fue inapelable:  “D” fue declarada culpable de asesinar a “I”.  Su abogado defensor no pudo hacer nada por salvarle el pellejo ya que en la cocina de Mario había una cámara de circuito cerrado que filmó todo.   Todo. 

                La sentencia se cumplió.   “D” fue extirpada del cuerpo de Mario, mientras “I” recibía las exequias fúnebres. 

                Jamás se supo cuál fue el origen de aquel encono que terminó en tragedia. 

                Una semana más tarde, le fueron implantadas a Mario dos nuevas y flamantes manos. 

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