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Al vuelo- borrachos

por Joel Cárdenas

Por Pegaso 

“El que vino al mundo, vino a tomar vino, si no ¿a qué vino?” Esta genial frase es obra de Los Polivoces, aquel programa cómico de Eduardo Manzano y Enrique Cuenca que hacía las delicias de chicos y grandes, allá, por la década de los sesentas y setentas. 

Y no es por nada, pero en esto de las bebidas espirituosas, hay de todo y para todos los niveles socioeconómicos. 

Por ejemplo, cuando uno es pobre, tirándole a muy jodido, es simplemente un borracho, beodo o catarrín, pero si tienes billetes, eres un bebedor social. 

¿Captan la diferencia? El hecho es uno solo: Echarse unos alcoholes. Pero el mundo te trata de acuerdo a la cantidad de lana que tienes. 

Ya lo decía Vicente Fernández: “Uno vale según lo que tiene/ por desgracia, es la ley de la vida./ Te regalan si cuentas con bienes/ traes caballo y te ofrecen la silla”. 

Pero, a poco no. A nadie le disgusta echarse un trago de vez en cuando. 

Ya sea un caguamón, un vaso de mezcal o de pulmón, una copita de oporto, un caballito de tequila, una copa de Chardonay o Sauvignon Blanc, de whisky escocés o del cognac francés más fino, el alcohol sigue siendo alcohol y el efecto que tiene sobre nosotros puede ser relajante, pero también embrutecedor.  

“¿Del güisky y el aguardiente/cual es el mejor licor?/¿Cuál es el mejor licor/ del güisky y el aguardiente?/ Yo digo que el aguardiente/ porque es emborrachador./ Emborracha al Presidente/ y también al Gobernador.”-dice una estrofa de “El Querreque”, la popular canción tradicional jarocha. 

Para los bebedores de sobremesa, basta una copita para acompañar las viandas que se preparan en algún restaurante con Estrella Michelín, elaboradas por chefs de prestigio, como Alain Ducasse, Pierre Gagnaire, Martin Berasategui, Yannick Alleno o Annie Sophi Pic, por citar a unos cuantos. 

Por el contrario, la raza mahuacatera ha desarrollado un refinado gusto por las chelas bien heladas que venden en el estanquillo de la esquina o en el Oxxo. 

No falta el amigo que, entrado en el cotorreo y en la carnita asada, se lanza a comprar un six pack, o de plano, una botellita de tequila Cuervo. 

¡Total! Ya en la panza, ni se siente la diferencia.
Lo bueno es el efecto. 

Porque los comensales de la alta sociedad nunca van a saber lo que es una buena peda, de aquellas que quedas tirado en la calle o abrazando un poste. 

Yo tenía un amigo, ya fallecido, que se ponía hasta las chanclas en cualquier tugurio de mala muerte, y ya pasadas las dos o tres de la mañana, agarraba su carro y se quedaba dormido, manejando, en medio del bulevar Morelos. 

Por eso, si usted es un borrachín empedernido, ¡disfrute los efectos del alcohol! No se sienta culpable si por la mañana amanece con una pinche cruda. Pídale a su vieja que le prepare unos chilaquilitos, o que vaya a la taquería de los Paisas para que le compre un rico menudo con pancita y pata. 

Lo que no se vale es que se gaste la raya de la maquiladora o del taller. 

Está bien que hay que darse sus gustitos de vez en cuando, pero también la chata y los bodoquitos comen. 

Haga su guardadito, dígale a los amigos que se cooperen y evite a los gorrones. Sea compartido. Permita que los cuates chupen de la misma botella, si al cabo, algunos microbios más o algunos menos, no hacen la diferencia. 

La vida de los borrachitos es muy sufrida. ¡Imagínese! Tener que soportar al compadre beodo, sacrificarse para tomarse toda aquella cerveza que le ofrecen a uno y para colmo, sufrir la tremenda cruda del día siguiente. 

Iba una vez un borracho por la calle, bien pescado del pomo. En eso ve un poste y como pudo, haciendo eses al caminar, se agarró fuertemente de él. Entonces dijo: “¿Lo suelto, o no lo suelto?” Y así, varias veces, hasta que empezó a juntarse una bolita de curiosos. “¿Lo suelto, o no lo suelto?”-seguía diciendo el alcoholizado sujeto. Entonces, uno de los curiosos dijo: “¡Que lo suelte, que lo suelte!” Y el borrachín decía: “¡No! No lo suelto”. Y el público insistía: “¡Que lo suelte, que lo suelte!” Finalmente, dijo: “Bueno, a petición del público, lo voy a soltar: ¡Ptrrrrrrrr!” (Nota de la Redacción: Por ese sonido onomatopéyico, deduzco que lo que soltó fue un pedo y no el poste). 

Viene el refrán estilo Pegaso: “¡A favor de las féminas, a pesar de que nos proporcionen una pésima retribución”. (¡Por ellas, aunque mal nos paguen!) 

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