José Ángel Solorio Martínez
El 19 de febrero del 2023, se enfrentarán –en los comicios extraordinarios por la Senaduría vacante dejada por el desaparecido, Faustino López– MORENA y aliados –PT y PV– contra el PAN y sus coaligados: PRI y PRD.
Más allá de los candidatos –ninguno de ningún partido, podrían ganar la elección por potencia propia– lo relevante del proceso es las fuerzas políticas que estarán en las esquinas –como en el boxeo– de los aspirantes echándoles aire, potenciando el fuelle que requieren para salir triunfadores.
Los managers del abanderado de MORENA, son dos. Y ambos, tienen un liderazgo sólido e incontrovertible en la región: el presidente, Andrés Manuel López Obrador y el gobernador, Américo Villarreal Anaya.
La capacidad de cohesión y de conducción ciudadanas, es inobjetable en AMLO; por sí solo, fue capaz de obtener más de 800 mil votos en la convocatoria –2022– hecha por la autoridad electoral para participar con el voto en la revocación o la pertenencia del mandato de López Obrador.
De Villarreal Anaya, se puede decir lo mismo: en un evento eleccionario, se convirtió en gobernador por la decisión de más de 700 treinta mil sufragios.
La cercanía de ambos fenómenos comiciales, está tan cerca, que es complicado suponer que pudiera revertirse ese caudal de consensos. El dato que muestra a Villarreal Anaya como uno de los mejores Ejecutivos estatales evaluado por los ciudadanos, según sondeos de casas confiables, es una señal significativa.
Otra más: los alcaldes morenistas, en las principales ciudades de Tamaulipas, han gobernado de manera equilibrada. Es decir: se superaron, aquellos recuerdos perversos de jefes edilicios como Xico González en Victoria, Carlos Ulivarri en Río Bravo y Alma Laura Amparán en Altamira.
El aspirante del PRIAN está en un entorno desprotegido, política y materialmente. Sin un gobernador –como el pasado, que les dio recursos a pasto–; sin un Comité Directivo Estatal, que patrocinaba toda aventura electoral, actuando como correa de transmisión del Ejecutivo estatal; sin liderazgos con empuje –hasta moralmente está quebrado el panismo–; y sin el patrocinio del CEN panista que percibe la herencia de Francisco García Cabeza de Vaca como un pasivo que cada día es más denso y pesado, el representante de tricolores, amarillos y albiazules, está en acelerado paso para su liquidación.
Un CDE azul sin fondos, ni personajes con virtudes para la movilización social; unos alcaldes panistas que les vale sorbete quien gane o pierda la Senaduría; y, sobre todo: un ex gobernador que dejó abandonado un barco que navega sin brújula y sin capitán.
Y otra perla del escenario patético del albiazul: al panismo doctrinal –opositor al panismo fronterizo, pragmático– espera la caída de esa corriente política, para brincar al abordaje de esa nave sin dirección ni destino.
De otra forma: el aplastamiento del panismo cabecista, beneficiará al panismo conducido por los dirigentes azules de Tampico y su periferia.
El 19 de febrero, no sólo ganará MORENA.
No.
Ganarán también, los panistas –sensatos y serios– que confían en levantar los girones de bandera, que les dejó el paso de los sedicentes vientos de cambios.
Si se mueve con prudencia, el PRI puede regresar a un vacío que se le está escurriendo de las manos, porque el Movimiento Ciudadano se niega a ocuparlo. Se resistía a la elección extraordinaria, con el argumento más avieso de los conservadores: es muy cara.
En esos paisajes, el ganador absoluto será Villarreal Anaya.
Para el ex gobernador, Cabeza de Vaca, será el más contundente y mortal golpe para sus proyectos políticos: seguir gobernando el estado y continuar en la élite del panismo nacional.
El 19 de febrero, será el inicio del posicionamiento real de la IV T en Tamaulipas.